La fascinante e intrincada cosmovisión de los pueblos originarios mexicanos tiene una máxima representación en Malinalco, con su templos piramidales de piedra animados con figuras de animales totémicos y mantos de vegetación. El lugar cercano a estos sitios arqueológicos fue elegido para la construcción de la casa, justamente porque goza de enormes árboles y de un microclima ideal. Pero el proyecto presentaba un dilema difícil de resolver: cómo congeniar un lenguaje arquitectónico contemporáneo con esos monumentos prehispánicos imbuidos de una religiosidad animista ligada a la naturaleza y –principio ecológico insoslayable- respetando esos portentosos árboles heredados y aun fusionándose con ellos. Cómo sería posible –se preguntaban los arquitectos- desarrollar en ese sitio el proyecto de un hogar flexible y atemporal. Y cómo hacer para que una construcción imite el carácter orgánico de la naturaleza. La respuesta estaba en los árboles, el elemento generador de la visión que aquellos pueblos tenían del mundo que los rodeaba y de su propia existencia. Para ellos, las raíces simbolizaban su conexión con lo subterráneo; los troncos, la vida humana terrenal y las copas, su imprescindible diálogo con los dioses, ya que de su eficacia dependían felicidad, bienestar y poderío.
Para traducir esta idea, el proyecto se divide en tres niveles. El primero: una base de espejo que da continuidad al terreno y a las raíces y permite que el volumen principal de la casa parezca flotar. El segundo: los espacios donde se desarrolla la vida cotidiana, así como en el interior del tronco de un árbol discurre su historia. Y el tercer nivel no podía ser sino la cubierta selvática natural. Pero no fue tarea fácil, según cuentan los autores de la Casa Mague, un equipo formado por Mauricio Ceballos Pressler, Francisco Vázquez y Marco Antonio Severino. Para que los árboles no resultaran afectados, escanearon meticulosamente el lugar y distribuyeron los volúmenes a su alrededor, protegiendo raíces, troncos y ramas. Así surgieron estos hechiceros espacios laberínticos, con infinitos matices de sombras perforadas por centelleos entre las hojas. Los interiores son espacios multifuncionales, capaces de transformarse según el momento, y han sido construidos con materiales locales (madera, piedra y Chukim, un estuco antiguo maya). Espejos alrededor de las fachadas hacen el edificio ligero y continuo, y no faltan, por supuesto, referencias a los templos ceremoniales vecinos.