A primera vista, la imagen más potente y sugestiva de esta casa proyectada por el estudio de Bruno Erpicum en un sitio privilegiado del paisaje portugués es la que abarca las terrazas y la piscina, como si fuera un trampolín óptico que transporta nuestra mirada hacia las aguas turquesas del lago y, hacia el oeste, presiente la infinitud del océano Atlántico.
Construida en el límite de un terreno llano, justo antes del descenso al lago, la casa se asienta sobre una plataforma de hormigón. Un volumen de cristal contiene los espacios diurnos: la cocina, el comedor y el salón. En una planta más baja, después de seguir la marea de luz que barre la caja de la escalera, el acceso a los dominios nocturnos se organiza desde la suite familiar situada sobre la plataforma que sostiene el conjunto.
Tanto el suelo como las puertas de madera puntúan la masa de hormigón que asegura el frescor de las habitaciones que se abren –cada una de ellas– sobre el pinar del jardín interior. Por la noche, ese espejo que conforma la lámina de agua de la piscina –que desborda por los cuatro costados– refleja las estrellas. “Un lugar donde se puede soñar”, sintetiza la memoria del proyecto de Erpicum. Un lugar y una arquitectura, añadiríamos, que dejan libre la capacidad de soñar que posean sus propietarios.
Nos place no solo recorrer esos espacios y admirar desde el salón o la cocina las vistas del lago y del extenso jardín con pinares que rodea la casa, sino también los detalles de vida cotidiana que encontramos, aquí y allá. Planchas de surf apoyadas –como esculturas de colores pop– en una pared de hormigón, o unas olvidadas sandalias de un verde traslúcido para andar por las zonas de aguas. O ese ramo de tulipanes en un florero de cerámica blanca, en una mesa de centro donde esperan numerosos libros de arte, rodeada por sillones claros con cojines coloridos. O los juegos de cubos de madera con letras pintadas y los lápices de dibujo que los niños han desperdigado en su cuarto.
La palabra “color” se ha repetido varias veces, atribuida a objetos que no pertenecen estrictamente a la arquitectura ni al interiorismo, sino a la propia existencia cotidiana de sus habitantes. ¿Por qué darle alguna clase de relevancia a esos detalles? Porque el gran volumen transparente deja ver –incita a mirar, mejor dicho– la paleta del paisaje: aguas azuladas y turquesa, verdes, pardos, ocres… Porque las maderas, el hormigón y las piezas del mobiliario configuran el hábitat en base al proyecto. Pero luego acaece que una familia se instala allí, donde discurre su vida. Y aporta sus propios colores.