Si una familia compuesta por un diseñador, una artista plástica y una hija diseñadora de interiores se encuentra con una antigua masía del siglo XVII rodeada de robles, alcornoques, encinas, castaños y nogales, abandonada e invadida por la maleza, solo podía suceder lo que ocurrió. Sobre todo si esa familia tiene la trayectoria profesional y artística de Joan Lao, Adalina Coromines y África Lao, unidos además por una genuina convicción ecologista.
La casa se encuentra en la población gerundense de Cruïlles, en el Bajo Ampurdán, territorio de artistas como Dalí o Modest Cuixart. Sus muros de piedra y las técnicas constructivas originales han sido, por así decir, el lienzo en blanco sobre el cual los tres se inclinaron para sobreimprimir sus propios diseños y crear una nueva vivienda, que fuera a la vez centro de operaciones –reflexivo y representativo– de su trabajo profesional.
Para Joan Lao, no existe separación entre arquitectura e interiorismo, y la casa es el fruto gestado por la totalidad de un proceso creativo que integra los interiores y su entorno en un ideal de armonía cósmica, “como parte –dice Lao– de un concepto universal”. Adalina Coromines, por su parte, se ocupó de las texturas y los acabados del proyecto, trabajando con piedra natural y maderas naturales envejecidas, arcillas y cal. Las telas y los acabados textiles –todo, en tejidos naturales– fueron seleccionados por África Lao. A partir de la estructura original, la primera intervención consistió en situar los espacios necesarios para vivir, crear, exponer, reunirse y presentar la obra pictórica de Adalina Coromines y sus nuevas colecciones.
Dibujado el escenario, llegó la etapa de recuperar bóvedas de piedra, cerámica manual y texturas de las paredes. Fue una fase casi de investigación arqueológica. Pero cada uno de los detalles forman un todo dinámico, según la cosmovisión holística de la familia: nada funciona solo, sino como parte del sistema universal. En medio del bosque, la casa es un taller de arte y vida que produce desde los colores –allí están los deslumbrantes frascos llenos de pigmentos– hasta las verduras que, desde el huerto, llegan a la cocina. No en vano la palabra griega holos significa “todo”, desde la nuez que cae del árbol hasta la mesa de bronce del salón. Desde los rojos y azules oscuros del arte expuesto hasta los animales, que se recuestan en el suelo de madera, observando a sus amigos creadores.