Desde el aire es la mejor manera –en cierto sentido la única– de ver esta casa: en medio de la Naturaleza, como parte de la montaña selvática, en el noreste brasileño. Conviene aclarar, ante todo, que la construcción ocupa un terreno que había sido ya despejado en la masa vegetal. En medio de los árboles, pues, allí abajo, aparecen dos formas rectangulares contiguas, una más grande que la otra. De a poco se definen: el primer rectángulo corresponde a la cubierta vegetal de la casa y el segundo, más estrecho, a la piscina y el solárium.
Propósito fundamental de este proyecto de studio mk27 (Marcio Kogan + Samanta Cafardo), ha sido que el contacto entre la naturaleza y la arquitectura fuera a través de una interacción orgánica, y esa función cumple la cubierta de madera, e incluso la piscina azul. Un eventual helicóptero o el ojo de un satélite que descienda poco a poco se acerca a la casa y ajusta el visor, primero, sobre la piscina y la explanada de madera y luego enfoca, bajo la cubierta, unas sillas blancas y unos sillones de caña. Desciende un poco más y descubre un inmenso espacio cubierto y forrado en madera, sostenido con columnas finas y ocupado por sofás, sillones, mesa y sillas en una composición de zonas para una sociabilidad informal, impregnada por el misterio de la selva.
El proyecto arquitectónico ha definido una organización programática vertical, en un orden inverso al que suele disponerse en las viviendas unifamiliares: aquí, la piscina está en el nivel superior, junto con un gran espacio social y la cocina; los dormitorios en el nivel inferior, y a ras de suelo, una extensión generosa que brinda un refugio de sombra para las juegos de los niños. En los espacios interiores –esos que la vista de pájaro no distingue– el proyecto decorativo (a cargo de Diana Radomysler) ha creado una atmósfera contemporánea, que transmite una sensación de acogimiento y placidez, necesaria en el agitado ambiente de clima y ánima tropicales.
Y ya que hemos topado con la palabra “trópico” volvamos al denso mar arbóreo que nos rodea y que, en ningún momento, desaparece de la visión y la audición, en cualquiera de los tres niveles de la casa. En la planta baja es posible pasear entre los árboles, en la planta intermedia disfrutamos de una luz filtrada por la fronda y en la cubierta nos abrazan la selva y, detrás, el océano. Ese es el paisaje. En la arquitectura (que no lo perturba) reinan la madera y el hormigón visto, tanto en el interior como en el exterior. Pero es fama que la selva, como escribió un viajero inglés, “está borracha” y su rumor no sabe de fronteras.