Con tres balcones a la calle y dos patios interiores, el piso ocupa la cuarta planta de un edificio decimonónico, en un elegante barrio madrileño. El proyecto de reforma del arquitecto Iker Ochotorena, del estudio OOAA, ha dibujado una distribución abierta y flexible, con la zona de cocina-comedor en el centro y dos áreas separadas: el dormitorio y el salón.
Las líneas puras del canon contemporáneo y algunos elementos clásicos (una mesa de comedor de caoba estilo Luis XVI, un espejo del siglo XVIII, un busto griego...) definen parte de la intervención. Al mismo tiempo, en la atmósfera calma y cálida que se respira al recorrer estos espacios, se percibe la suave eficacia de recursos afines: los materiales naturales, las paredes con acabado artesanal, ciertos elementos especiales como una puerta plegable de cuatro hojas con el bastidor de roble macizo en tono blanquecino y los cuarterones forrados en papel de lino.
Factores que contribuyen a la creación de unos interiores serenos y silenciosos, junto con la delicadeza casi monocroma que unifica y se diría que “pacifica” los espacios. El autor del proyecto lo describe de manera inmejorable: “El silencio es el diálogo entre materiales de colores similares”. Silencio como ámbito de la calma, concepto en que se basa la reforma.
Los tonos (en tejidos, muebles, acabados…) son los mismos o parecidos, pero cambian las texturas. Es como si los materiales gozaran de una vida orgánica que les permite, con mansedumbre (como ocurre con algunos animales y plantas), mimetizarse. Como si, entre todos los elementos, existiera una inteligencia central muy sosegada y segura que detectara las tonalidades adecuadas a estos interiores y entintara con ellas poco a poco la tarima de roble que cubre suelos y paredes, o el papel de lino de la puerta de cuatro hojas, o la pulcra línea de armarios de la cocina y los pasillos. Colores (blanquecino, ocre, malva pálido...) que casi no lo son. Colores que no tapan los materiales; al contrario, dejan que respiren y transmitan, por eso, una sensación de calma.
Pero lo monocromo no tiene por qué convertirse en una obsesión, con el riesgo de incurrir en monotonía: he ahí un sofá azul o unos detalles dorados y (en la cocina) la fuerza del contraste en blanco y negro.
Tanta importancia como estos factores tiene la organización espacial: su carácter de planta abierta y dinámica, que actúa proporcionando una sensación de libertad física, de profundidad visual y, también, de circulación de aire y luz.
Desde la cocina, situada en la parte central de la planta, es posible alargar la vista –diríamos– hacia el salón, y al mismo tiempo acercarla a las simetrías formales (marca de líneas verticales y horizontales, huecos en el armario y en la zona de lavado) que juegan, con sutileza, en medio del contraste blanco/negro de los muebles. Sutileza: la alusión a la pintura llamada metafísica de Morandi, en esas tres botellas blancas, contra el fondo negro.