Si alguien se construye una casa en Ibiza es, sobre todo, para disfrutar de la belleza de un paisaje superior y la bonanza de su clima, que permite la vida al aire libre, tanto de día como de noche. Días y noches de olas espumosas y de sol, podríamos resumir. Por eso, el nombre Casa Alegre le viene como anillo al dedo a este proyecto de los arquitectos Víctor Rahola Aguadé y Jorge Vidal, con interiorismo a cargo de Marcos Catalán y Víctor Bergnes. Es una casa de piedra, de hormigón, de vidrio, de madera de teca, de hilo sisal y de caña. Una lista de materiales que es toda una declaración de principios, porque representan la naturaleza del lugar, porque saben dialogar entre ellos y porque –gracias a esa activa complementación– el proyecto sale ganando en armonía y libertad de movimientos para los habitantes de la vivienda.
La arquitectura ha creado espacios distribuidos en dos plantas apaisadas y luminosas, y algunos materiales no demasiado frecuentes (el hilo sisal, el cáñamo) suavizan la rotundidad de la geometría con tapizados y cortinas vegetales que dan a los interiores una notable calidez mediterránea y tamizan la entrada de luz.
La planta superior está concebida como un pabellón que se organiza en tres zonas forradas en parte con hilo sisal y con un mobiliario que acentúa la horizontalidad. Por su parte, la planta inferior (con un gran salón, tres habitaciones y una sala de juegos) se articula alrededor de un gran porche de hormigón y piedra ibicenca, que cruza la casa de manera transversal. Una gran mesa de corcho y una encimera baja de tablones de teca marcan el eje principal de la sala y dibujan las diferentes zonas. Las alfombras de cáñamo enmarcan ámbitos donde el mobiliario busca identificarse con la atmósfera mediterránea y enfatizar la relación con el exterior.
Es notable, en ambas plantas, el diálogo que se establece con frescura y elegancia entre la piedra, el hormigón, el cristal, la madera de teca y los tejidos vegetales. Algo que es posible disfrutar desde los amplios y abiertos interiores, pero que conviene también detenerse a admirar desde el jardín delantero, al acceder a la casa. Desde aquí apreciamos la combinación de los planos horizontales (las dos plantas rectas y apaisadas) y verticales, con el nivel inferior cavado en la tierra.
Un muro de piedra delimita la zona de acceso (con pinos mediterráneos y encinas) y sirve de telón lateral al gran porche que elabora la continuidad entre el luminoso interior y el aún más luminoso exterior. El pavimento de pedregullo dialoga, también, con la piedra caliza de los muros y el hormigón de la cubierta y de los suelos pulidos con polvo de cuarzo. Desde aquí vemos –a través de las estancias, más allá de sus delicias domésticas– el azul del mar. Y desde aquí (en el momento en que arribamos a la casa) adivinamos un regalo especial para la vista y los sentidos. Al acercarnos, encontramos esos tapizados de hilo sisal, esas cortinas y alfombras de cáñamo que nos hacen sentir en un Mediterráneo dulce y cálido.