El espectacular paisaje natural del sur del Estado de Río de Janeiro sirvió de inspiración a los arquitectos brasileños Thiago Bernades y Paulo Jacobsen a la hora de definir el proyecto arquitectónico de esta casa de casi mil metros cuadrados. Brasil cuenta con parajes de gran belleza, pero sin duda este, muy cerca de la ciudad colonial de Paraty, es uno de los más bellos: la mata atlántica tapiza cada centímetro de tierra, mientras que las cristalinas aguas del mar bañan paradisíacas playas de arena blanca.
Para poder gozar de esta desbordante naturaleza, la casa se cerró con enormes cristaleras que permiten que el verde penetre en el interior y la mirada se regocije con la visión de todo tipo de palmeras y flores de intensos colores. El acero fue el material elegido para la estructura de la casa, aunque este no sea en absoluto visible ya que las vigas se revistieron totalmente de madera. Las razones para cubrirlas son tanto de índole estética como práctica: la madera las protege de la acción de la brisa del mar, la salinidad y la humedad propias del clima de la zona. El potente corazón de acero queda así resguardado tras un hermoso refugio de madera tropical que muestra variadas texturas a la vez que dialoga intensamente con el paisaje circundante, haciendo que la casa se integre silenciosamente sobre el terreno a pesar de sus generosas dimensiones.
La normativa local establece que la edificación debe desarrollarse en un solo volumen y con un máximo de dos plantas para evitar, así, atalayas o pabellones de invitados que pudieran crear sensación de discontinuidad con el entorno. Estas limitaciones urbanísticas estimularon la creatividad de los arquitectos, que dibujaron cuadrados enormes, jugando con el acero y el cristal, que se alternan y superponen para dejar entrar el paisaje. Prácticamente no hay paredes, sino paneles de madera cuya principal función es delimitar zonas que controlan la entrada de la luz y el calor.
El gran salón, que se prolonga en un magnífico porche techado de madera que linda con la piscina, es el centro neurálgico de la casa. La encargada del trabajo de interiorismo fue Fernanda Marques, quien supo conjugar las líneas contemporáneas y los diseños de firma con la tradición artesana y anónima del estilo rústico. Este contraste creó una atmósfera actual, cálida y acogedora. Las formas del mobiliario redundan también en permitir la visión del entorno, propiciando los muebles bajos para que no se interpongan entre la mirada y el paisaje.
La paleta cromática se basa en los tonos neutros, con protagonismo del blanco hueso, pero salpicado de discretas notas de azul y verde, los colores que tiñen el bello entorno. El uso de materiales naturales, como el algodón, el ratán o la madera, contribuye a ese diálogo constante con el paisaje que estableció la arquitectura del estudio Bernades Jacobsen. Las terrazas del piso superior, donde se alojan los dormitorios, se proveen de barandas de vidrio para cumplir con su función de privilegiados miradores: desde ellas la vista se extiende hasta el mar, al que se llega tras cruzar una franja verde salpicada de palmeras que establece los límites de la parcela. Aunque los límites, en lugares paradisíacos como éste, no los marca el hombre, sino una naturaleza que difícilmente se deja domar.