En el centro del barcelonés barrio de Gracia, esta planta baja solía ser el almacén de una pequeña empresa constructora. El arquitecto Valentí Albareda la convirtió en vivienda. Los principales retos que el proyecto supuso fueron la compartimentación interior, la existencia de pequeños áticos con escaleras y, sobre todo, la falta de luz. La existencia de un patio totalmente cubierto al final del local multiplicó el potencial del espacio.
El principal objetivo del arquitecto fue, (al contrario de lo que las posibilidades iniciales parecía que iban a permitir), el de crear un hogar en el que la luz fuera el elemento principal. La impresionante transformación del patio trasero interior, con las paredes pintadas de blanco y la vegetación selvática creciendo en cada esquina, dotó a la vivienda de un pequeño oasis en medio de la ciudad.
Tomaron ventaja de la altura de los techos para crear una organización del espacio muy funcional. Los áticos de madera de pino se convirtieron en mobiliario, y los materiales originales de la finca se dejaron al descubierto dándoles el protagonismo en estos bajos barcelonenses. Estrellato que comparten con la luz que entra por los grandes ventanales. El diseño de la puerta giratoria de hierro fue pensado para convertirla en el elemento más singular de la casa, impresiona tanto su tamaño como su movimiento que abre el espacio al oasis particular. La incorporación del color blanco en el interiorismo potencia todos estos elementos creando un equilibrio y armonía entre los diferentes materiales, así como conduciendo la luz hasta el extremo contrario de la vivienda.
Todos los muebles fueron diseñados especialmente para este hogar buscando crear una absoluta coherencia estética donde la escalera de acceso a la buhardilla fuese similar a las mesitas de noche o hasta la calefacción. El resultado es un apartamento de diseño industrial y fresco al mismo tiempo; un remanso de tranquilidad entre el bullicio urbano de la ciudad condal.