El entresuelo que buscó la calidez
Corazón de madera en la reforma de Marcos Catalán y Jordi Badia en Barcelona
Cuando se trata de construir una vivienda nueva, el proyecto parte de cero y la concepción arquitectónica puede desplegarse con las alas amplias de la libertad formal. Otra historia muy distinta ocurre cuando se trata de reformar un espacio preexistente. La sensibilidad debe afinarse, y el éxito depende de la capacidad del arquitecto o interiorista para colocarse en un lugar que necesita cambiar. Como en el caso que nos ocupa: la reforma de un entresuelo en Barcelona que han realizado Marcos Catalán y Jordi Badia. Los edificios altos de alrededor y las ramas de los árboles dejan pasar una luz demasiado pálida y fría, similar a la de los países nórdicos. Como en esas zonas, este inconveniente se ha resuelto recurriendo a la madera para crear espacios domésticos más cálidos y apetecibles.
Los autores utilizan una deliciosa metáfora para describir el modo en que han planteado la reforma: un helado al corte entre dos galletas de barquillo. Es decir: muros blancos entre el techo y el suelo de madera. Explican los interioristas que han utilizado la calidez natural de la madera clara para modificar la percepción de la luz por rebote, de la misma manera que las pantallas de una lámpara hacen que la luz de una bombilla sea mucho más cálida y agradable. “La casa Mairea, de Alvar Aalto, nos mostró el camino”, añaden. El proyecto se materializa, pues, mediante dos únicos elementos: la madera de alerce y el color blanco. En algunos puntos las puertas o el aplacado de madera de las paredes ligan con el pavimento y el revestimiento del techo, envolviendo el interior con un gesto que es casi un abrazo afable y protector. Además, ese “abrazo” no es rígido, sino elástico y sociable: unas lamas de madera permiten incorporar el comedor a la sala, o segregarlo, según la ocasión.
Convencidos de que este tipo de intervenciones han de ceder protagonismo a los habitantes de la casa, los autores han trabajado con un mínimo de recursos, apoyándose no en la distribución o el uso de plantas, sino en la cualidad de los materiales, el color y la luz natural. El resto es una cuestión que atañe a los habitantes de la vivienda. La labor del interiorismo se ha limitado a la construcción de una atmósfera doméstica, de un fondo para el desarrollo de la vida familiar, desprovisto de alardes formales. Unos espacios que los moradores pueden hacer suyos, incorporando gradualmente objetos de su agrado. Son ellos quienes, al fin y al cabo, concluyen Marcos Catalán y Jordi Badia, construyen “el alma de un hogar”. Un escenario que es “fondo” y se niega a ser “figura protagonista”.