Esta es una arquitectura de sensaciones o mejor aún, de “emociones”, como quería el maestro mexicano Luis Barragán. Primero, la emoción de enfrentarse cara a cara con el mar de Mallorca, corazón del Mediterráneo. Tres niveles apaisados que son tres largas miradas frontales al mar. Pero no es ésa la cara de la vivienda que descubrimos al bajar, en línea curva, por la rampa de piedra del acceso. El edificio –un proyecto de Bb Architects y Sergi Bastidas– ofrece dos caras distintas y complementarias a quienes se acerquen o la contemplen de lejos, atraídos por la tonalidad terrosa de sus muros.
Al llegar en coche, desde arriba, por la rampa ondulada podemos abarcar en profundidad la composición volumétrica de la obra, como si estuviéramos internándonos en el escenario de un cuadro cubista o en una pintura del italiano Giorgio de Chirico en su etapa futurista y metafísica. Los volúmenes son presencias, cuerpos en tonos ocres en los que el color cumple un papel constructivo, no decorativo (en el sentido de irrelevante o fortuito).
No hay, por un lado, muros, y, por otro, una pintura de tal o cual color. Son muros “nacidos” con esa tonalidad, como el pigmento de nuestra piel o de una corteza de árbol. Un color activo, que crea espacios a la vez modernos e intemporales, con reminiscencias de la arquitectura mediterránea tradicional (incluida la del norte de África) y con un gesto de cercanía “popular” (a la manera de los jardines mexicanos) con la naturaleza, que entra y sale a través de los volúmenes de muros rosados.
La fachada que mira al mar está compuesta por tres niveles alargados que, a medida que ascienden por la pendiente de la montaña, retroceden conformando tres terrazas apaisadas y amplias. La superior (que corresponde al nivel del garaje y el vestíbulo de acceso) es de piedra blanca. La terraza intermedia (sala de estar, comedor, cocina, dos porches a modo de salón y comedor de verano, y piscina) está recubierta de hierba. Y en la planta inferior (cuatro dormitorios con baño y vestidor) se suceden inmensos porches con columnas asomados al acantilado de pinos y el mar. Una casa que es fruto de un ejercicio de abstracción y, a la vez, de una vigorosa voluntad de concreción en la materia. La materia (y su color) como transmisora de energía y serenidad.