La búsqueda del ideal de belleza arquitectónica, de la armonía y el equilibrio de cuerpos, formas, luces y sombras se remonta varios miles de años. El entorno natural ha servido desde siempre como el gran modelo a seguir. Antoni Gaudí, por ejemplo, pasó gran parte de su infancia estudiando las caprichosas formas que la Naturaleza esculpía en el interior de los tallos de las flores que crecían en el jardín de la masía de Riudoms donde estuvo convaleciente o las curiosas curvaturas de los filamentos de las telas de araña.
Pero lo cierto es que podemos ir tan atrás como queramos: las pirámides de Gizeh, el Partenón en Atenas, el Coliseo en Roma, la capilla Pazzi de Filippo Brunelleschi (1441), Leonardo da Vinci, y, ya más recientemente, la villa Tugendhat de Mies van der Rohe (1930), el museo Guggenheim de Frank Lloyd Wright (1937), la casa-patio de Josep Lluís Sert en Cambridge (1958) o el monasterio la Tourette de Le Corbusier (1960). Todas estas obras de autores tan alejados en el tiempo como en criterios de belleza y composición comparten una característica elemental que las une y que tiene que ver con la observación del entorno natural.
Seguramente fue Le Corbusier con su sistema Modulor quien se acercó más al objetivo de desarrollar un método de creación arquitectónica de sublime belleza y costes moderados.
Cuestión de proporción
Lo que al ojo humano resulta más hermoso no es otra cosa que una proporción, una relación matemática que se encuentra en incontables ocasiones en los entornos más silvestres y que no es otra que la proporción áurea. Desde la forma que dibujan las nubes en un tornado, pasando por la figura del cuerpo humano, hasta la estructura molecular del ADN, podemos encontrar esta proporción en todo aquello que nos rodea de forma a veces difícil de imaginar. A partir de esta relación matemática se pueden construir rectángulos áureos en los que su lado largo y corto guardan esta proporción; pero también triángulos, cubos, esferas, cúpulas y en definitiva cualquier objeto o volumen arquitectónico. A partir de estos conocimientos se levantaron el conjunto de pirámides de Gizeh, incluso los interiores, el Partenón, el Coliseo y todas las obras mencionadas anteriormente.
Cualquier forma arquitectónica puede diseñarse a partir de la proporción áurea.
Hoy en día se tratan conceptos antes desconocidos o ignorados como el de “la calidad energética” de aquellos espacios creados a partir de la divina proporción frente a los que no. Sin ir más lejos, las geometrías fractales que se dibujan en ciertas estructuras de la naturaleza, desde las semillas de los girasoles hasta la estructura molecular del ADN, y que se sabe que tienen su origen en la proporción áurea, han sido adaptadas a complejos urbanísticos o simplemente a distribuciones de prototipos de vivienda unifamiliar. Esta geometría, denominada Pentaflor, estimula la generación de espacios a pequeña o gran escala de muy alta calidad energética.
La fachada de la casa Holman, de Burbach Block Architects, se pliega en busca de las vistas y la trayectoria del sol.
Foto: Brett Boardman
Otras teorías, como el Feng Shui taoísta, de tradición milenaria, aseguran que ciertas formas geométricas y colores son más apropiados que otros para desarrollar determinadas actividades. Por ejemplo: formas triangulares y colores cálidos para actividades deportivas o extrovertidas, formas cuadradas y colores ocres para actividades en familia, formas circulares y colores pálidos para actividades de creación y estudio, formas onduladas y colores azul oscuro para actividades de relajación y descanso, entre otras.
Compatibilidad biológica
La disciplina más aceptada en Occidente que contempla todos los aspectos apuntados hasta ahora es la bioconstrucción. Esta especialidad promueve un diseño y construcción biológicamente compatibles; es decir, aboga por entornos más afines a nuestra naturaleza y, por supuesto, libres de cualquier tipo de agente patógeno. Lo interesante de la bioconstrucción es que tiene en consideración cualquier teoría o disciplina como una opción totalmente viable para experimentar con ella y sacar conclusiones, y el estudio de la armonía global a través de la proporción áurea o las teorías de la filosofía taoísta de donde nace el Feng Shui no son una excepción.
Curiosamente, la arquitectura más orgánica que se ha construido más recientemente se ha hecho de forma intuitiva, a partir de la prueba y error de maquetas de trabajo. En muchos casos el diseño definitivo guarda una cercanía asombrosa con los resultados que se obtendrían aplicando la proporción áurea.
Foto: Amit Geron
Es paradójico pensar que, a pesar de que estamos “diseñados” para vivir inmersos en la Naturaleza, aunque percibimos lo natural como bello y armónico, hemos creado a nuestro alrededor un gigantesco sistema artificial de espacios para habitar que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, son poco habitables desde un punto de vista biológico y evolutivo.
La bella complejidad
En definitiva, no existe una respuesta a las preguntas de cuáles son la altura o las dimensiones de planta perfectas para una vivienda, o cuál es la dimensión ideal de una puerta; estas cuestiones y muchas otras se siguen debatiendo, y forma parte de la labor social de cualquier arquitecto o interiorista trabajar en ellas para profundizar en la formulación de una respuesta que seguramente nunca será taxativamente aceptada.
El estudio japonés ARTechnic Architects diseñó la envolvente de la casa Shell como una gran cáscara sinuosa que se pliega para encerrar espacios y generar porches.
Lo que sí es cierto y está totalmente aceptado por la comunidad científica es la existencia de estructuras complejas, como el propio cuerpo humano, que se rigen por la aplicación de la proporción áurea de forma sistémica en los elementos que las componen. Si extrapolamos esta realidad al diseño de un edificio podemos pensar en volúmenes y espacios muy cerca de los estándares de construcción y también de la proporción áurea. Podríamos así crear un entorno complejo en su conjunto, pero que estudiado en detalle no será otra cosa que una adaptación del entorno natural a nuestro sistema de construcción.