Situada en un pueblo cercano a Amberes, en una zona rural saturada de los verdes cambiantes de la Naturaleza, la casa también está rodeada de vegetación, aunque goce de la ventaja añadida de no estar lejos del centro del pueblo. Tramos de un jardín con árboles y arbustos de buen porte aparecen, al otro lado de los ventanales, matizando la luz de los espacios interiores.
Es el lugar que ha elegido el arquitecto belga Marc Mercx para construir su propia vivienda, a partir de una casa de los años cincuenta, muy amplia y –uno de sus atractivos– cercana a un canal construido en el siglo XIV.
Mercx enumera los motivos que lo llevaron a elegir este sitio para el proyecto de su propio hábitat, al que, de todos modos, asegura que no ha dedicado un enfoque distinto que a cualquiera de los que le encargan sus clientes. La ventaja es que no fue necesario perderse en discusiones a la hora de decidir, por ejemplo, un derribo fulminante de paredes a fin de convertir el exceso de habitaciones pequeñas en grandes espacios con fluida circulación. De un plumazo, todo elemento entorpecedor fue eliminado. La mente abierta, para proyectar la apertura del espacio.
Y la mente creativa, para amueblar y vestir estos nuevos interiores con materiales que “pueden no estar de moda, pero que envejecerán maravillosamente con el tiempo. Ese aspecto envejecido añade una capa suave al interior”, explica Mercx. Como en la mayoría de sus proyectos, los muebles están hechos a medida, acordes con el contexto.
Y los elementos diversos del interiorismo se mezclan de una manera única. Es decir, propia del carácter de su autor: “La vecindad de lo antiguo con lo nuevo crea un ambiente específico en cada proyecto. Algunas piezas vintage están bellamente diseñadas y otras establecen un lenguaje arquitectónico sólido, como las sillas Kilin de Sergio Rodrigues. Pero esta casa –de apariencia estable en su sobrio refinamiento– siempre está cambiando, porque el autor suele probar prototipos de diseño (un sofá, una lámpara) para saber si puede “vivir con ellos”.