En un entorno favorecido por una vegetación frondosa, los árboles dispersos en la parcela han guiado la posición y la geometría de esta casa, situada en una zona residencial de la sierra de Madrid y proyectada por el estudio de Ramón Esteve. En la medida en que aúna arte y técnica, quizá solo la arquitectura pueda expresar ese gesto simbólico de reverencia a unas encinas centenarias. El ejemplar de mayor porte asume el protagonismo de la entrada, recibiendo a los visitantes. La relación matérica y simbólica con el paisaje se manifiesta en los grandes muros de mampostería unidos al terreno, en la profusión de madera, en la piscina longitudinal en conexión visual con el lago al que se abre la casa. Una volumetría de altura variable (según la función de la zona que alberga) aporta ritmo y movimiento a las fachadas principales. Los volúmenes se extienden, a través de porches de acero cortén, hacia una gran terraza al aire libre. Doble altura en el salón, y una escalera de categoría escultórica que lleva a los dormitorios, en el único volumen con dos niveles. En contraste con la rugosidad de la piel exterior, los interiores se aclaran y se suavizan. La evocación de la naturaleza y la presencia de obras de arte invitan a distintas formas de contemplación y disfrute; desde las delicias estéticas hasta las sensoriales del vino, en la bodega acristalada.