El efecto es sorprendente: unas formas contemporáneas con un cierto misterio intemporal, que remiten a aquel clasicismo “onírico” de los escenarios imaginados por el pintor Giorgio de Chirico. El autor de esos volúmenes con juegos de sombras hipnotizantes es el arquitecto brasileño Guilherme Torres, que define así su proyecto, edificado en São Paulo: “Quería un espacio de volumetrías insólitas. El hecho de inspirarme en el pasado no conduce en modo alguno a una arquitectura datada. Por el contrario, he buscado una casa que atienda al presente, y creo que he cumplido ese anhelo”.
En la llamada Villa Deca –cuya interferencia visual en el paisaje se ha reducido al mínimo– se han explotado en cambio, al máximo, las posibilidades funcionales y estéticas de los materiales crudos, del diálogo entre el hormigón fabricado por la mano humana y los elementos naturales. La casa no tiene vidrios ni cerramientos, y se presenta como un inmenso porche abierto en toda su extensión.
La influencia de las antiguas villas romanas se manifiesta en el modo estratégico y nítido en que se encauza el agua y se habilitan espacios para el múltiple deleite sensorial y corporal que puede provocar, a través del rumor de una cascada o el vapor en una sala de sauna para baños turcos. Los pocos materiales que participan en la construcción y revestimientos de esta casa han sido tratados de manera especial, huyendo de recursos tecnológicos solo aparentes y evitando, en todo lo posible, el derroche. Espacios amplios, monocromáticos (gris, arena), suelos como espejos de agua, paredes forradas (en el atractivo lavabo) con estampados tan suaves como la piel de yaguareté.
Para demostrar que la arquitectura brasileña contemporánea debe mirar al futuro, pero sin menospreciar los legados históricos y estéticos, Torres se considera influido por el arquitecto mexicano Luis Barragán, un maestro de los años cuarenta que remitía tanto a una dinámica fructífera entre el modernismo europeo y el regionalismo americano; además, aficionado al paisajismo, hizo del agua el elemento natural interiorizado en su obra. El agua, la piedra y el hormigón se alían para definir el diseño en este proyecto brasileño. La arquitectura –la volumetría y los espacios vacíos, la estructura y las superficies, la luz y las sombras netas– es la prima donna de Villa Deca.
La composición de las piezas del mobiliario contribuye a ese protagonismo, con largas mesas que (además de su función específica) se presentan como volúmenes. Guilherme Torres firma asimismo el diseño de la cocina, abundante en acero inoxidable, libre de puertas y de armarios, con estilo industrial y electromésticos empotrados.