Las casas más logradas responden siempre a algún deseo largamento acariciado del arquitecto o del propietario y, en los mejores casos, de ambos a la vez. Los dueños de esta gran casa la deseaban blanca y negra. El arquitecto Jean-Pierre Porcher se inspiró en el templo Minari Era, del japonés Tadao Ando, quien empleó el hormigón liso (con las marcas del encofrado visibles) como planos murales tectónicos que funcionan como superficies capoteas de luz; una arquitectura basada en tramas geométricas que ordenan el espacio y se relacionan vívidamente con el paisaje. Formas que ocultan su complejidad detrás de una aparente sencillez.
En este caso se trata de una construcción de formas alargadas y rectilíneas sobre un terreno ondulado, cubierto de verde liso y con dos grupos de viejos robles que fueron rigurosamente respetados. El elemento más notable del proyecto -un destello de imaginación arquitectónica- es el anillo perimetral blanco que ciñe la construcción a cierta distancia de la fachada de cinc negro y cristal. ¿Por qué esa especie de “anillo de Saturno” rectangular alrededor de la casa? La vivienda forma parte de una urbanización, pero apenas se tiene conciencia del vecindario ya que esa “vala” aérea la protege y aísla, y además, actúa como un singular filtro solar: la luz penetra en las estancias por encima y por debajo, creando una seductora atmósfera de serenidad y, a la vez, de dinamismo en los inmensos espacios blancos del interior.
El salón a doble altura, con un grandioso ventanal de seis metros de altura, es algo así como un “acontecimiento” en el transcurso de la experiencia de recorrer esta casa. Se mire desde donde se mire, se coloque uno en cualquiera de los ángulos que articulan este espacio, el escenario es igualmente notable. Y vienen a la memoria algunas ideas acerca del confort: algo que no es unívoco, sino que requiere una gama de atributos, una combinación de comodidad, eficiencia, ocio, calma, placer doméstico, intimidad y percepción del exterior.
El confort no se explica solo por los recursos de la tecnología, sino que implica una suma de sensaciones (algunas, inconscientes) no solo físicas, sino también emocionales e intelectuales. Es, en última instancia, un “misterio” difícil de explicar, pero muy fácil de sentir. El salón es la matriz de esta casa que es enteramente blanca por dentro, y blanca y negra por fuera. Con suelo de mármol, con una balconada (que une, en el piso superior, la biblioteca con los dormitorios) y altísimas transparencias que dejan ver a un lado la piscina rodeada de losetas de hormigón y que al otro lado funcionan como una vidriera de invernadero para la franja de magnolios que se han plantado justo debajo de la balconada. La blancura, las transparencias y la amplitud se reproducen en el resto de las estancias.