Si el proyecto de una casa ha de realizarse en una parcela que se encuentra en un bosque de árboles gigantes, ¿qué hará un arquitecto sensible? Ante todo, salvar el bosque, los árboles, la visión del paisaje. Esta ha sido la opción adoptada aquí por Carmen Lammens y Philippe Desmet, quienes decidieron construir un edificio bajo para no entorpecer la belleza del entorno. Por eso la planta inferior es subterránea, invirtiendo de este modo la habitual distribución de las estancias y sus respectivas funciones: arriba, las zonas sociales; abajo, las privadas. Así, a quienes pasen por la calle les parecerá que en esa parcela no existe construcción alguna, sino solo árboles enormes y un prado.
Al avanzar por el jardín aparecen unos volúmenes bajos, blancos y acristalados, con un muro aún más bajo que, a modo de zócalo, rodea la vivienda como un cerco. Esta faja de piedra es el elemento nuclear del proyecto, que da lugar a una tipología constructiva capaz de auspiciar una interacción inmediata y permanente entre el interior y el exterior.
Los volúmenes de que se compone la vivienda (o, cabría decir, las piezas en que esta se “descompone”) alternan las caras transparentes y opacas y despejan espacios de estar en el exterior, entre las partes edificadas. El zócalo que rodea la casa se convierte, prolongándose, en el suelo de la terraza, que funciona como pequeño comedor para desayunos o aperitivos, con tumbonas para reposar entre el jardín, a un lado, y el bosque, al otro.
En el comedor interior, el negro (mesa, sillas, pavimento) contrasta con el blanco de las paredes y, a través de los ventanales, se relaciona con el paisaje. En realidad, la combinación cromática (el blanco de los muebles y las paredes, el negro del suelo y de algunas piezas del mobiliario, y los verdes oscuros de la vegetación circundante) se presenta como un todo compuesto de elementos inseparables. Por la noche, desde el exterior, podemos contemplar a gusto los interiores iluminados, y (si nos acercamos) veremos, detrás del zócalo, partes de la zona privada del piso subterráneo.
La impresión última que nos deja esta casa singular tiene que ver con lo expresado por los propios arquitectos: “A la vista de esos árboles colosales, el hombre es muy pequeño”. Y su hábitat –fresco y funcional– no tiene por qué rivalizar con ellos.