Creadores

Izaskun Chinchilla, autora de espacios alegres y coloristas

"Para la arquitectura que ha prevalecido hasta ahora, protagonizada y concebida por hombres, lo más importante son los elementos técnicos"

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Izaskun Chinchilla

Profesión: arquitecta. Nacimiento: Madrid, 1975. Estudio: Madrid

Centro de 'coworking' UTOPIC_US, Madrid (2016) Izaskun Chinchilla

Centro de 'coworking' UTOPIC_US, Madrid (2016)

Rehabilitación del Castillo de Garcimuñoz, Cuenca (2016) Izaskun Chinchilla

Rehabilitación del Castillo de Garcimuñoz, Cuenca (2016)

Sala VIP feria ARCO, Madrid (2016) Izaskun Chinchilla

Sala VIP feria ARCO, Madrid (2016)

Pabellón Organic Growth, Nueva York (2015) Izaskun Chinchilla

Pabellón Organic Growth, Nueva York (2015)

Rehabilitación de una casa solariega en Camerma, Toledo (2010) Izaskun Chinchilla

Rehabilitación de una casa solariega en Camerma, Toledo (2010)

¿Qué importancia tiene el color para una arquitecta tan independiente como usted?

Mucha y en varios planos. La primera y quizá la más básica yo la llamo la importancia biofílica. El ser humano como especie tiene una serie de cosas que le hacen sentir bien. Ciertos estudios demuestran, por ejemplo, que ver materiales de procedencia biológica produce relajación. La madera, por ejemplo. Los colores primaverales, relacionados con la floración, sinónimo de vida, también nos resultan gratos. Es decir, observar una pradera repleta de amapolas. En nuestras obras, cogemos fotografías de paisaje que creemos que universalmente puede ser apreciadas bellas y agradables, e intentamos ubicar esos colores en posiciones que puedan rememorar su posición en la naturaleza. Uno de los grandes problemas de las escuelas de arquitectura es la escasa investigación que hay acerca de la psicología del usuario.

En vuestra casa para el diseñador gráfico, desde luego, abunda el color, ¿pero esa visión del color no es muy subjetiva? Hay a quien le va la estética monacal.

Esa es una casa para una persona muy influenciada por el pop, no solo en la música. En otra que hicimos para empresario con una familia más convencional también hay color, pero sacado de las series de respiración de Mark Rothko para provocar una situación de calma y concentración. Sí hay una contestación, meditada, a la sobriedad de la arquitectura moderna, que prioriza la parte estructural frente a los detalles y los acabados, que es lo primero que un usuario percibe de un edificio. Nuestra intención es diseñar con el orden de valores que este tiene de forma natural. Negamos que el ornamento sea delito. Es una parte fundamental de la historia del ser humano, con un aspecto también funcional. No hay nada que sea puramente decorativo ni nada puramente funcional.

¿Cómo surgió la idea de hackear Ikea en vuestra última obra, el espacio de coworking UTOPIC_US de Madrid donde nos encontramos?

Con Ikea estamos trabajando, pero después de haber hecho este espacio y no por este espacio. Ikea y otras marcas han comprendido que una empresa es fundamentalmente un organismo vivo, no un catálogo congelado en el tiempo, al que solo te puedes acercar comprando. Han comprendido la idea del prosumidor, del consumidor productivo que, por ejemplo, personaliza sus espacios. Tenemos interés en que tanto su trabajo como el nuestro sea observado como algo inconcluso en el que el usuario tiene capacidad de modificación, de finalización del producto, incluso dándole una función distinta. Esa es la idea de hackear, que tiene un principio de producción industrial y un final de producción social. Aquí lo hemos hecho colaborando con artesanos.

'Hackear' tiene un principio de producción industrial y un final de producción social

¿En qué consiste el nuevo proyecto con Ikea?

La sede del Colegio de Arquitectos de Madrid, el COAM, está en el centro de la ciudad, dispone de muchos metros cuadrados y tiene una grandísima vocación de convertirse en foro de la ciudadanía. Estamos trabajando para que exista un espacio de reunión que, en primera instancia, sirva a los colegiados, para que puedan reunirse allí con sus clientes; en segunda, para que puedan trabajar juntos los numerosos equipos multidisciplinares vinculados al mundo de la arquitectura; y en tercera, para la propia ciudadanía, porque el arquitecto es un ciudadano de a pie al que le interesa lo que ocurre fuera de su ámbito profesional: cómo se monta en bici, cuáles son los espacios verdes mejor diseñados, etc.

Desde la teoría arquitectónica, ¿cuáles son las últimas aportaciones más interesantes?

No voy a contar nada nuevo, pero la primera ha sido la apertura a ámbitos multidisciplinares desde los 90, como la sociología, la reflexión estética desde otros campos como la filosofía, la psicología del color, la economía… La teoría se basaba en la revisión histórica de las obras de referencia y de eso hemos pasado a tratar de entender qué supone en la ciudad construir y habitar la arquitectura, reconociendo su dimensión política. Hablo de la activación del ciudadano. La arquitectura puede tratarle como mero consumidor o constituirse en herramienta. Entre la Torre Eiffel, a la que no la quiero faltar al respeto porque es un edificio maravilloso, y la plaza de la Cebada de Madrid que está haciendo Zuloark, es la diferencia entre un icono con el que casi no puedes interactuar y un lugar que es casi una herramienta. Tampoco puedo dejar de mencionar las teorías de género aplicadas a mi profesión.

¿Dónde se encuentra la innovación tecnológica hoy día en la arquitectura?

Yo creo que en algunos centros de formación. Destacaría el MIT de Massachusetts y la escuela donde yo doy clases, la Barlett School of Architecture de Londres. La arquitectura ha tenido a bien ser de las pocas industrias que no aprendía de sus errores. La innovación y la investigación se entendían como algo poco viable, incluso como un elemento de lujo. No se ha observado qué pasa de verdad. ¿Por qué los arquitectos no van a sus edificios al cabo de un tiempo para ver qué ha pasado en ellos y cómo los utiliza la gente? Los centros que son punteros en innovación han aprendido que hay que probar. También quiero destacar a la generación de los jóvenes arquitectos, a los arquitectos post crisis. Creo que su capacidad intelectual, cognitiva e instrumental para la innovación está infinitamente más desarrollada que en los arquitectos mayores.

¿La arquitectura social y participativa tiene realmente aplicación o es una utopía?

Lo primero que hay que decir es, ¿existen políticas de diseño urbano de la base hacia arriba que estén funcionando? Sí, existen. Han funcionado de maravilla en los países escandinavos. Los niños de parvulario de 5 años en Noruega votan en qué se va a emplear el presupuesto del jardín de infancia. Esto es real. Funciona porque está en la cultura del lugar y la gente lo entiende muy bien. ¿Replicar esos procesos funciona en todos los lugares del mundo? No. Creo que la participación ciudadana requiere unos niveles de organización y de consenso social más elevados que los que algunos países hemos sido capaces de alcanzar. España tiene una democracia muy cortita. Eso hace difícil que los procesos participativos funcionen, y además estos procesos no deben basarse en la buena voluntad sino en la ingeniería, en la ingeniería social, que obliga a contar con sociólogos para que estudien bien esos procesos. Creo que es obligatorio hacer ese camino y nos va a llevar 30 años. Pero ya se están dando resultados.

España tiene una democracia muy cortita. Eso hace difícil que los procesos participativos funcionen a día de hoy

¿Qué ejemplos resalta en España?

El proyecto europeo Stars es uno. Intenta que la mayor parte de los niños vayan en bici al cole con sus padres. Empecé a trabajar con él en Inglaterra, pensando que en España no funcionaria nunca. Luego tuve un niño, lo apunté al cole público más cerca de mi casa, lo empezamos a implantar allí y ya está más desarrollado que el primero. Son proyectos impulsados por padres que se nutren de presupuestos participativos y que están consiguiendo hacer modificaciones al urbanismo (carril bici, peatonalizaciones), incluido el aprovechamiento de edificios dotacionales, de forma que padres y niños están conquistando espacios de la ciudad. Más ejemplos: el Parking Day, una organización que decide que el tercer viernes de cada mes se ocupen plazas de aparcamiento para convertirlas en jardines temporales. Comenzó en Los Angeles y ahora mismo en España se desarrolla en 35 municipios. Están también el colectivo Basurama o el estudio Iniciativas Ciudadanas, que se dedica a vehiculizar propuestas ciudadanas y están consiguiendo muchas cosas. Puro bottom-up, como se dice técnicamente. No es un camino de rosas, pero avanzamos.

¿Cuál es su ciudad ideal?

Es una ciudad densa, la única en la que el transporte público puede realmente funcionar. Es mediterránea, por su adaptación al clima y por la importancia del espacio público y su continuidad. En mi ciudad ideal, comienzas por el norte y llegas hasta el sur, y no te has tenido que montar en ningún vehículo; has podido caminar. Es también una ciudad que cuida el patrimonio arquitectónico. Ya ves que no es muy diferente a muchas ciudades españolas.

¿Se puede vivir bien siendo utópico?

Las decisiones vitales que uno va tomando hace que se prioricen unas ganancias sobre otras. Yo estoy muy feliz con que la labor de nuestro estudio, mi trabajo académico y la presencia que tengo en instituciones y medios de comunicación haya servido para poner cosas importante sobre la mesa. No digo que sea la única que lo haya hecho, pero he contribuido. Todavía me acuerdo cuando daba mis primeros pasos profesionales: nos decían que la ecología era una moda pasajera, algo utópico, y ya ha quedado claro que es una necesidad imperiosa. Nos han dicho que el vandalismo acabaría con muchas propuestas a priori utópicas que luego han funcionado. Hemos hecho un pabellón en Nueva York que durante cuatro meses recibió millones de visitas y estaba hecho con hojitas talladas con corte láser muy fáciles de coger, pero nadie se las ha llevado. Evidentemente tengo mucho menos dinero del que tenían las generaciones de arquitectos anteriores pero es que toda la generación posterior a la mía se ha proletariezado. Pero tengo una enorme ventaja que genera mucha calidad de vida y es que cuando me miro al espejo me gusta lo que veo. Sobre todo lo que veo por dentro.

Asumir riesgos o decir lo que no gusta a todos implica tener dificultades para construir. ¿Eso lo tuvo claro desde el principio?

Los diez primeros años de profesión implicó dificultades brutales, que implicaron dificultades de generación de confianza. No solo por los riesgos asumidos: también por los patrones de género, por no tener una procedencia familiar determinada, por no estar vinculada a una cultura arquitectónica en España. Ese sesgo es muy inconsciente. Yo no digo que nadie haya intentado hacerme a mí o a otras personas la vida imposible. Es sencillamente lo que uno espera ver de un arquitecto, y cuando te alejas de ese modelo, las cosas se ponen un poquito más difíciles. Pero también tienes posibilidades de asociarte a otro tipo de agentes. Estuve ayer con una persona que organiza festivales de música, y me contaba que se reunió con unos arquitectos y le parecieron marcianos. “Unos tíos tan serios, todos iguales, no puedo trabajar con gente así, yo buscaba algo que pudiera entender un tío de 18 años”, decía.

¿Hay una visión femenina de la arquitectura?

Yo defiendo que sí. No solo es diferente la neurofisiología. Lo es también la historia colectiva de los dos géneros. En el colegio de monjas al que fui me dijeron que los valores por los que podía destacar una mujer eran la paciencia, la benevolencia y la humildad, tradicionalmente asociados a una madre. Mi hermano, que fue a un colegio de varones, le contaban que de un hombre lo importante era la capacidad de iniciativa, el valor, el orgullo, la valentía. Eso no está ni mucho menos erradicado.

¿Esa forma de pensar y esa trayectoria tan distintas de hombres y mujeres cómo se plasman en la arquitectura?

Primero en una inversión de ciertos valores académicos. Para la arquitectura que ha prevalecido hasta ahora, protagonizada y concebida por hombres, lo más importante son los elementos más técnicos. La estructura, la circulación, las comunicaciones… Pasábamos luego a cosas menos importantes: las fachadas, los cerramientos, los acabados, los detalles, el mobiliario… Esta es una jerarquía impuesta por el Movimiento Moderno. Esa jerarquía de los valores sigue vigente y es con lo que se hace la arquitectura racionalista, minimalista y más oficial. La mujer se asocia a decoradora, interiorista. Cuando Charlotte Perriand le pidió trabajo a Le Corbusier, este le contestó que en su estudio no se bordaban cojines. Las mujeres que están reconciliadas con su género saben reconocer que detrás tienen la historia de las amas de casas, de una vida dedicada al cuidado de los demás. Así que si soy arquitecta, ¿por qué me tengo que olvidar de todo esto y me tiene que importar solo Le Corbusier? Aparte de que la jerarquía de los valores es distinta, creo que hay una mayor empatía por ser mujer con el contexto y los agentes, y yo digo –la gente se enfada conmigo, pero yo lo digo– que en un entorno empresarial y laboral tenemos preferencia por organizaciones mucho más horizontales e inclusivas. Es una forma diferente de lidiar con los problema, tendente a preferir soluciones win-win, en las que ganan todos. Ocurre que los antropólogos que tratan estos temas han visto que las mayores negacionistas son las propias mujeres.

En un entorno empresarial y laboral las mujeres tenemos preferencia por organizaciones mucho más horizontales e inclusivas.

¿Cómo es la situación de la mujer en su profesión a día de hoy?

El porcentaje de mujeres egresadas en la arquitectura es superior al 50 por ciento desde los setenta. Sin embargo, la evolución en el ejercicio de la profesión libre no solo ha mejorado sino que ha empeorado, pese a que la gente tiene la visión de que los problemas de género se están solucionando. Es al revés incluso en países como Alemania. Es debido a que los problemas de conciliación van a peor. Además, antes al menos era un ejercicio más local, ahora tienes que saber de redes sociales, tener una visión internacional. A las mujeres nos han convencido –yo me he desconvencido– de que nuestra mayor aspiración es la de convertirnos en hombres. Acuérdate de las famosas yupis de los 90, más agresivas y masculinas que los propios hombres. El discurso de género reciente es que no queremos tener los derechos de los hombres, queremos tener el derecho a ser mujer: poder ser madre si queremos y poder dirigir una empresa con otro estilo laboral. Eso es algo que pocas mujeres mayores han aceptado porque han pasado un calvario.

Lo cierto es que el hombre ha decido cómo se vive pero es la mujer la que tiene mayor cultura doméstica, por el sencillo hecho de que es la que ha estado en casa. ¿A dónde ha ido este conocimiento?

Aquí hay varios fenómenos. Lo que te dicen en la escuela es que si quieres hacer una casa unifamiliar que esté bien, ya puedes evitar que entre la mujer en las discusiones con el arquitecto, porque son señoras que van a opinar sobre la lavadora. Esta visión, que sigue hoy plenamente vigente, no solo me parece políticamente incorrecta sino también anticonstitucional [ríe]. Cuando vas por primera vez como arquitecta a una obra suele ocurrir que piensen que tú eres la decoradora y que tu marido es el que lleva las riendas. Lo cierto es que muchas mujeres arquitectas trabajan en colaboración con sus maridos. Es algo muy chocante. Esas mujeres lo que han vivido es que las cosas importante se las preguntan al marido. La reacción, de nuevo, es hacerse más masculinas y no hablan de la lavadora y de los problemas domésticos: soy la más estructural y técnica y en el estudio me pongo arquitecto. Cuando un cliente me ha dicho, qué bien, como eres mujer sabrás donde poner la lavadora y la cuna, me ha dolido. Pero si a mí me han enseñado en la escuela lo mismo que a un chico y esto no lo hemos tocado. Hasta que un día dije: es cierto, yo sé de lavadoras; he criado a mi sobrino porque mi hermana estaba estudiando y he cocinado de pequeña, y mi hermano, no. Y un día descubres que no solo es una información útil sino que es la base de la arquitectura, que trata de cómo saber vivir bien, que se preocupa del día a día. En vez de renegar de ella, esa experiencia de género histórica hay que reivindicarla. Es la diferencia entre contar la historia como guerra o como platos de cocina. ¿No es más bonita esta última?

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