Cuando Diébédo Francis Kéré (Gando, Burkina Faso, 1965) era pequeño, cada noche, los niños de su pueblo se sentaban formando un círculo y alguien contaba un cuento. No había luz (todavía no la hay), “pero nos sujetábamos a las palabras: nos sentíamos seguros en la oscuridad”. También comían sentados en el suelo. Por eso a él, el suelo e incluso la oscuridad lo llevan a sentirse seguro.
De todos esos niños de Gando, Kéré, que era el hijo del jefe, fue el único que pudo estudiar. Al principio no le hizo gracia abandonar juegos y familia para irse a la ciudad a aprender a leer. Pero su padre le convenció.
Escuela y biblioteca en Gando, Burkina Faso.
Foto: Erik-Jan Ouwerkerk
Terminados los estudios, una beca lo llevó hasta Alemania, donde se convirtió en carpintero. Luego quiso ser arquitecto; estaba obsesionado con levantar una escuela para que los niños de su pueblo pudieran estudiar. A eso se ha dedicado. Hoy ha construido dos escuelas y la biblioteca de Gando. Pero también ha reunido el dinero para hacerlo posible. Su ejemplo pasa por motivar a la gente y trabajar con lo que hay en cada lugar. Representa a un arquitecto sin precedentes en el pasado.
Los arquitectos han trabajado siempre cerca del poder porque lo han necesitado para construir. ¿Eligió el tipo de arquitectura que quería hacer o no tenía otra opción?
Sentí que era lo que tenía que hacer. Somos ya tantos arquitectos… si queremos hacer nuestro trabajo deberemos encontrar otras maneras. Mi caso es especial, porque yo sentía un deber hacia mi comunidad. Pero los arquitectos no pueden esperar sentados a que les llegue un cliente con dinero.
¿Le gustaría trabajar para un cliente poderoso?
Sí. Para ganar dinero. Con ese dinero podría hacer más escuelas, más parvularios, un hospital… Se me ocurren muchos usos para el dinero.
¿Y no siente la tentación de quedárselo?
Hasta ahora no. Pero soy una persona que cuestiona las ideas fijas… (carcajada).
Ampliación de la escuela primaria en Gando, Burkina Faso.
Foto: Erik-Jan Ouwerkerk
Su trabajo funciona como un puente entre África y Occidente. ¿Cree que todo debe conectarse o deben respetarse diferencias?
Cuando trabajo en África lo hago con barro porque es lo que tenemos allí: la tierra y el conocimiento para construir con ese material. Toda la comunidad participa y esa unión preserva los edificios. En Londres no tendría sentido una propuesta así. Pienso que el futuro de la arquitectura está en lo que se hacía antes: en trabajar con lo que hay en cada sitio.
Muchos de los problemas que vive Occidente derivan de la era consumista que hemos vivido. Sin embargo, ¿cómo decirle a la gente de su pueblo que no aspiren a tener televisores y coches?
Allí no hay ni agua ni electricidad. De modo que, de momento, nadie piensa en televisores. El problema con la cultura occidental es que resulta atractiva por poderosa y por extendida. Y, como resultado, devora todo tipo de culturas. Mi opinión es que cuando no saben qué tiene la gente en Europa en mi pueblo son felices. Pero cuando piensan que es mejor, su vida empeora.
¿Nunca se desarrollarán?
Sería un error hacerlo. La energía y los recursos son limitados. Solo llegaríamos al umbral del disfrute. La idea potente es creer o no creer en la comunidad. Esa es la clave.
Biblioteca escolar en Gando, Burkina Faso.
¿Qué hacer para que la arquitectura sea capaz de traer esperanza?
Debe volver a las raíces, al papel social. Es una pena que no todos los arquitectos lo reconozcan, pero un edificio nos afecta a todos: a los usuarios y a quienes conviven con él en una ciudad. Para triunfar, la arquitectura debe involucrar a la gente. Y abandonar el egocentrismo. Con la gente involucrada los diseños prosperan. Con la obsesión no. El mejor mantenimiento es el entusiasmo.
Muchos de sus colegas no piensan como usted...
Viven en un mundo demasiado desarrollado. Demasiado racional y, sin embargo, demasiado irracional. El dinero empuja, los constructores empujan, pero puede que la crisis aclare una cosa: los recursos son limitados. Se ha de pensar antes de actuar. La arquitectura no es un capricho, es una gran responsabilidad.
Escuela secundaria en Damo, Burkina Faso.
Todavía podemos empeorar, destrozar un poco más…
No por mucho tiempo. Yo veo a mis trece hermanos en el pueblo y me doy cuenta de que ellos tienen algo que en Berlín no hay. Se ríen. Y no saben leer. Pero sus hijos ya saben; mi escuela ha sido un éxito. Llegan de otros pueblos. De uno que sabía leer, que era yo, hemos pasado a 1.000, un tercio de la población.
¿Está contento con el tipo de vida que lleva?
A veces no. Dejé de dar clases en Harvard porque viajar a Boston rompía mi vida. Tengo una hija de 18 años en Berlín a la que he visto poco. Ella ahora entiende por qué. Pero no quiere ser arquitecta, dice que los arquitectos no están nunca en casa. Sin embargo, en Burkina Faso, hace 15 años la gente no sabía lo que es la arquitectura, pero ahora la relacionan con el entusiasmo, con la posibilidad de progreso. Le sorprendería saber cuántos niños quieren ser arquitectos. No pasará mañana, las cosas requieren tiempo, pero será la gente motivada la que cambie la sociedad. Luchar por algo que se convierte en realidad te da energía. ¿Qué se puede conseguir en la vida mejor que eso? ν