Inclasificable en términos de estilo arquitectónico, la obra de Frank Lloyd Wright (1867-1959) fue ajena al movimiento moderno. Hasta el punto de que hubo épocas en que sufrió el ostracismo por sus supuestas ideas anticuadas. Y sin embargo, su trabajó trascendió mucho más allá de lo que muchos nunca creyeron. El tiempo le dio la razón, y ahí están el puñado de iconos que nos legó para demostrarlo.
Entre las iniciativas que celebran el 150 aniversario del nacimiento del genio figura en lugar destacado la exposición que le dedica el MoMa de Nueva York del 12 de junio al 1 de octubre de 2017. Con el título Frank Lloyd Wright at 150: Unpacking the Archive, la muestra incluye 400 obras entre las que se incluyen bocetos y dibujos arquitectónicos, maquetas, fragmentos de edificios, películas, emisiones de televisión, textiles, pinturas, fotografías y libros de recuerdos, junto con una serie de obras que rara vez o nunca han sido públicamente expuestas.
Cuando nacían los que hoy están considerados los grandes maestros de la arquitectura moderna europea (Le Corbusier –1887– y Mies van der Rohe –1886–), Frank Lloyd Wright ya construía sus primeros edificios, y cuando aquellos comenzaron a liderar el movimiento moderno, Wright ya había adquirido gran reconocimiento nacional e internacional, e incluso había tenido tiempo de sufrir una crisis creativa y emocional que no superaría hasta los años treinta del siglo XX.
Sin embargo, a Frank Lloyd Wright se le honraba por su aportación pasada a la arquitectura, pero se esperaba poco más de él; era considerado un arquitecto del pasado, romántico y desfasado. Pero él era ajeno a todo ello: desde sus comienzos decidió buscar su propio aislamiento de la metrópoli y los movimientos intelectuales para potenciar así su personalidad inventiva y transgresora, propensa a las propuestas inéditas y revolucionarias como lo fue su proyecto de un rascacielos de una milla.
Frank Lloyd Wright vivió por y para la arquitectura. Fundó el Taliesin Fellowship, un programa de aprendizaje para el estudio y desarrollo tecnológico de la arquitectura y la construcción junto a otros estudios. La sede de esta asociación la estableció en su propia casa-estudio, Taliesin East, en Wisconsin; posteriormente construyó Taliesin West con el mismo propósito, pero en la costa oeste.
Durante toda su carrera se le consideró impresionista, heredero de las Arts & Crafts, cubista, expresionista, racionalista, pop, minimal e, incluso, posmoderno. Sin embargo, Frank Lloyd Wright solo accedió a ser definido como naturalista ya que, según sus propias palabras, concebía los espacios como un crecimiento y una organización de las zonas vitales que permitiesen al ser humano transmitir y recibir los impulsos de la naturaleza.
Existen ciertas constantes en su obra que aclaran la imposibilidad de clasificarla; una de las más recurrentes es el principio de la individualidad como metodología proyectual, es decir, el rechazo de todos los códigos convencionales de los estilos arquitectónicos para afrontar cada encargo como único y específico. Otra de estas constantes es la integración edificio-ciudad-territorio. Cada uno de sus proyectos trataba de asimilar las características propias del emplazamiento para integrarse como un cuerpo que pareciese indivisible del paisaje al que pertenecía; el máximo exponente de este principio es la casa E. Kaufmann, más conocida como la Casa de la Cascada, una de sus obras más reconocidas.
En definitiva, Frank Lloyd Wright fue un arquitecto con suficiente carácter como para sobrevivir a los clichés que la época trató de asignarle, capaz de plantear cada proyecto como el primero y el último de su carrera, y exprimir al máximo los avances tecnológicos que la industria ponía a su alcance. De otra manera nunca hubiese sido capaz de concebir el Museo Guggenheim de Nueva York, su última gran obra maestra, cuando tenía 90 años y dieciséis años después de que le fuese encargado.