El que para siempre será recordado por ser el autor de una de las obras más icónicas del pasado siglo, la pirámide del Museo del Louvre, ha dejado a lo largo de su longeva carrera un reguero de obras emblemáticas diseminadas por todo el mundo, entre las que destacan la torre del Banco de China en Hong Kong, el edificio este de la Galería Nacional de Arte en Washington, la ampliación del Museo de Historia Alemana en Berlín o, por barrer para casa, el World Trade Center de Barcelona. Ieoh Ming Pei ha insistido siempre en la importancia del vínculo entre la arquitectura de un tiempo y el pensamiento de esa misma época. Para él, cuando la arquitectura es ajena al tiempo en que vive, resulta efímera, mientras que si se enraiza en la sociedad, se fortalece.
Nacido en China, emigró a Estados Unidos con dieciocho años, en 1935, logrando graduarse en arquitectura en el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts. De 1945 a 1948 amplió su formación enseñando en Harvard como profesor adjunto bajo la tutela de dos famosos arquitectos europeos, Marcel Breuer y Walter Gropius. Por eso se considera a Pei como uno de los sucesores americanos de los grandes maestros de la arquitectura europea contemporánea. En 1955 adoptó la nacionalidad estadounidense, y al año siguiente fundó su propia firma.
En sus trabajos, Pei buscaba la pureza de líneas y la eficacia funcional, siguiendo el llamado “estilo internacional” y los criterios de Gropius. Utilizaba frecuentemente formas abstractas, materiales fríos, como el acero, el cemento y el vidrio, e incorpora efectos que resultan impactantes para el observador. Sus obras se caracterizan en muchas ocasiones por unas estructuras y planteamientos que requieren soluciones valientes. Así ocurrió, por ejemplo, con su famosa pirámide del Louvre –en realidad una doble pirámide ya que la estructura que asoma tiene su contraparte en otra idéntica invertida a nivel subterráneo–, que al principio fue criticada por algunos como muestra del “complejo de faraón” de su impulsor, el presidente francés François Mitterrand, pero que con posterioridad ha sido alabada por su ejemplar combinación de lo antiguo y lo nuevo, sirviendo de inspiración para las ampliaciones de muchos otros museos.
Por su parte, la torre del Banco de China en Hong Kong fue en su momento el primer rascacielos fuera de Estados Unidos que superaba los 300 metros de altura. Su silueta evoca una planta de bambú, que en la cultura china representa la esperanza y la revitalización. Una muestra más de su habilidad para conjugar el lenguaje moderno con el alma del lugar. No es de extrañar que fuera uno de los primeros en recibir el Premio Pritzker en 1983, creado solo cuatro años antes. Hoy despedimos a uno de los arquitectos más celebrados de nuestro tiempo, muchas gracias por todo, míster Pei.