A Lisboa le ha pasado como a muchas ciudades portuarias: que desde su fundación le dio la espalda al mar –en este caso al estuario del Tajo–, poniendo en primera línea de costa instalaciones portuarias, carreteras y vías de tren. Barcelona consiguió en la época de los Juegos Olímpicos quitarse de encima toda esta maraña de redes de transporte mediante un ambicioso plan urbanístico que cambió la faz de la ciudad y Bilbao optó por plantar un Guggenheim en la antigua estación de mercancías, precipitando el resto de actuaciones.
La capital portuguesa sigue este camino, con sus limitaciones. Lo ideal sería soterrar carreteras y líneas férreas, pero a falta del presupuesto necesario para ello, tiran de parches, que algunos, como este recién estrenado Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología (MAAT), son soberbias obras de arquitectura. Así lo ponen en evidencia las fotos del portugués Francisco Nogueira.
El museo está muy bien acompañado en el área de Belem. A un lado se levanta la estación de ladrillos que abastecía de electricidad a Lisboa, que es hoy sede de la fundación EDP, la compañía eléctrica portuguesa que ha sufragado las obras del museo con 20 millones de euros. Al otro lado de la carretera se alza el Museo Nacional dos Coches y el esplendoroso Monasterio de Los Jerónimos; un poco más allá, siguiendo la ribera del Tajo, tenemos el Monumento al Descubrimiento y la Fundación Champalimaud, del padre del modernismo indio, Charles Correa.
En nada se parece este MAAT a ninguno de ellos. La arquitecta a cargo del proyecto, Amanda Levete, ha diseñado una suerte de ola que se eleva suavemente a fin de no crear otro muro frente al Tajo, la principal consigna con la que contó al principio del proyecto, en 2010. "La primera vez que vi el lugar, me impresionó la luz y los reflejos del agua; pero también vi la limitación que suponían las vías del tren, que cortan el acceso por detrás", recuerda Levete, británica de origen portugués.
La solución fue que la propia acera se alzara en progresión, de forma que es posible caminar sobre el techo, el cual dispone de bancos-escalones para descansar y mirar el impresionante atardecer que brinda esta atalaya de 14 metros de altura. Los skaters y sus patines también están muy contentos con tal fórmula arquitectónica; además, el recinto está abierto las 24 horas. Para cruzar las vías del tren, se ha previsto un paso elevado que salga de ese mismo techo; debería entrar en funcionamiento en pocos meses.
El edificio está recubierto de una piel de 15.000 azulejos blancos en los que se refleja el agua del río y los rayos naranjas del sol al caer la tarde. Precisamente, resulta una maravilla que un edificio que hace lo posible por molestar lo menos posible establezca este juego de espejos con su entorno. Son tiempos de arquitectura menos despampanante y más sutil.
Del contenido se ocupa Pedro Gadanho, quien viene de trabajar en el departamento de Arquitectura y Diseño del MoMA de Nueva York y para quien el MAAT, "pondrá su foco en la cultura contemporánea a través de una combinación de las artes visuales con la arquitectura, la ciudad, la tecnología, la ciencia, la sociedad y el pensamiento". Es decir, todo cabe, y para ello se han creado unas salas e instalaciones amplias y versátiles. Lo que está por ver es si se verá capaz de atraer talento internacional. En su estreno, el museo ha traído la instalación Pynchon park, de la francesa Dominique Gonzalez-Foerster, consistente en unas colchonetas y balones de goma desperdigados por el suelo como si se tratara de un gimnasio-guardería. Le acompaña a esta exposición-performance, una retrospectiva sobre la obra de Charles y Ray Eames. De momento, los amantes del diseño y la arquitectura pueden estar muy contentos con este MAAT.