Con solo 16 años, en un viaje a Hong Kong, Désiré Feuerle compró un caballo de la dinastía Ming, comenzando así una de las colecciones de arte asiático en manos privadas más importantes del mundo. Abarca China, Camboya, Tailandia, Birmania y Vietnam, con fuerte presencia de mobiliario del primer país y de arte jemer. Pero su curiosidad no se limitó al Lejano Oriente y ya asentado como galerista en Colonia (Alemania) también adquirió obra contemporánea. Muy recordada es la exposición que montó juntando esculturas de Eduardo Chillida y antigüedades chinas. "Me gustan las yuxtaposiciones porque el punto de unión entre piezas clásicas y modernas fortalecen las obras", asegura.
Le faltaba un museo a la altura de su colección y ya lo tiene. Lo firma John Pawson en el barrio berlinés de Kreuzberg. Siguiendo la estela de Christian Boros –otro reputado coleccionista que ocupó con su obra un búnker de la Segunda Guerra Mundial en la misma ciudad–, Feuerle ha trasladado la suya a otro búnker del mismo periodo bélico destinado a las telecomunicaciones. En este rudo edificio, el arquitecto británico ha intervenido lo mínimo, dejando las cicatrices del paso de los años a la vista. Así, las paredes de dos metros de grosor se han mantenido de color gris y, sin apenas luz, las piezas antiguas miran de frente la producción de artistas como Cristina Iglesias, Anish Kapoor y Zeng Fenzhi.
En la entrada se escucha: "Guardad los móviles y caminad despacio que la sala está completamente a oscuras". A continuación suena música minimalista de John Cage y ya estás dentro, preparado de lleno para la experiencia, habiendo dejado atrás cualquier estímulo que interfiera en la placentera percepción de las delicadas obras de arte expuestas en este brutalista escenario. El contraste, siempre tan buen instrumento para despertar los sentidos.
Feuerle, que vive en Asia, eligió Berlín para exhibir su colección precisamente porque es una ciudad "dura", mientras que su obra la considera "elegante". "Estos fuertes contrastes obligan al espectador a hacer la visita desde una perspectiva distinta". En busca de nuevas sensaciones, tampoco se da información sobre las piezas expuestas. "Hablan mejor de sí mismas cuando no se lee nada sobre ellas", asegura. La iluminación impone fuertes claroscuros, creando cierta desorientación, que maximiza la sala de El Lago. En el antiguo suministro de calefacción del búnker se acumula agua sin saber su profundidad. Parece que se ve el fondo, pero se trata en realidad del reflejo en el techo. El arte aquí también está en la experiencia. En 2017 se abrirá una sala dedicada a la antigua y refinada ceremonia china de la purificación.
Aviso para los visitantes, de momento abrirá tan solo los viernes, sábados y domingos bajo cita previa por Internet y en grupos de 14 personas, a 18 euros por cabeza, sistema parecido al museo de Christian Boros.