El 12 de abril daban comienzo los trabajos de demolición y reubicación de las cápsulas de la Nakagin Tower, convirtiendo en realidad el peor escenario para la obra más representativa del movimiento metabolista japonés en pleno corazón del Tokio. La decisión viene dada como resultado del deterioro del edificio, las preocupaciones de los vecinos por el estado de sus instalaciones. la presencia de amianto, y el continuo cambio de empresas dueñas del terreno por la crisis económica y la pandemia, a pesar de los esfuerzos por preservar la torre.
El movimiento que abandera este icónico edificio surgió en las décadas de 1950 y 1960 como respuesta al aumento de la densidad de población en las grandes ciudades –y después de la destrucción total de edificios que supuso la Segunda Guerra Mundial en ciudades como Tokio. Kisho Kurokawa planteó una arquitectura que sobreviviese el paso del tiempo de una manera orgánica y evolutiva, a través de la rehabilitación y reemplazo de los habitáculos que envejeciesen o se dañasen. En realidad, pocas ideas llegaron a materializarse en ladrillo haciendo de la torre uno de los pocos ejemplos de este tipo de construcciones. Otra de las edificaciones metabolistas del arquitecto japonés es su propia cabaña Capsule House K en la prefectura de Nagano que, bajo un proyecto de protección del hijo de Kurokawa después de su muerte en 2007, espera poder abrirse al público en breve y dar alojamiento a estudiantes e investigadores de la zona.
La idea original de la Nakagin Tower planteaba la posibilidad de que las cápsulas (con una durabilidad estimada de 25 años) fuesen cambiadas individualmente cuando fuese necesaria su reparación, pero esa premisa nunca se llegó a cumplir, motivo por el cual algunas de ellas llegaron al estado de abandono. La obra, datada del año 1972, constaba de 13 plantas de estos cubículos apilados, los cuales en los últimos años albergaban oficinas, o servían de espacio de almacenamiento, aunque también se podían encontrar estancias cortas por Airbnb. Por dentro, los 144 módulos mantenían el diseño retro futurista de su fachada, con mobiliario funcional integrado en las paredes y la visión de la ventana circular.
Las pequeñas habitaciones de 10 metros cuadrados estaban pensadas en su origen como un lugar donde los trabajadores de oficinas de Tokio pudiesen parar entre semana a echarse una siesta o darse una ducha antes de volver a sus casas en las afueras, no como vivienda habitual, ya que está situado en el céntrico barrio de Shinbashi, junto al revalorizado barrio de Ginza.
El nombre del complejo de apartamentos y oficinas se debe a la empresa inmobiliaria que encargó su construcción, después de que su presidente conociese los diseños de Kurokawa para la Expo Mundial de Osaka en 1970, fascinado por una nueva concepción arquitectónica que nunca llegó a materializarse del todo. Ahora, a pesar de que los intentos del movimiento por su conservación no lograron sus frutos, las cápsulas en buen estado han sido salvadas para reubicarse en museos y galerías. Se puede visitar una de ellas en el Museo de Arte Moderno de Saitama (MOMAS), cuyo edificio es obra también del arquitecto Kurokawa.
Desde aquí decimos adiós, con pena, a todo un icono arquitectónico que a partir de ahora solo podremos visitar a través de imágenes.