Hay arquitectos cuya obra está íntimamente ligada al devenir de un lugar y a la imagen que este proyecta. La Barcelona cosmopolita y progresista, que a partir de los años sesenta comenzó a conquistar espacios de libertad en medio del asfixiante clima cultural del franquismo y que eclosionó definitivamente frente al mundo con los Juegos Olímpicos de 1992, no puede entenderse sin la fundamental aportación de Federico Correa, fallecido el 19 de octubre en su domicilio barcelonés a los 96 años de edad.
Tortillería Flash Flash (1970).
En estrecho, prolongado y fructífero tándem con Alfonso Milá –hermano mayor del "padre" del diseño moderno español, Miguel Milá–, con quien se asoció durante más de 40 años, Federico Correa creó algunos de los hitos arquitectónicos que han jalonado la modernidad de la capital catalana. Comenzando por la tortillería Flash Flash (1970) y el restaurante Il Giardinetto (1974, premio FAD ese mismo año y de nuevo en 2013, cuando fue restaurado), dos lugares míticos de la noche barcelonesa en donde se reunía la "gauche divine", la burguesía progresista de la que saldrían muchos de los artífices del esplendor cultural, arquitectónico y político de Barcelona de las siguientes dos décadas.
Restaurante Il Giardinetto (1974).
Suyo es también el proyecto del anillo olímpico de Montjuïc, realizado junto con los arquitectos Carles Buxadé y Joan Margarit, el plan general con el que integraron de forma armónica las principales instalaciones de los JJ.OO., el estadio olímpico Lluís Companys –que también remodelaron junto con el arquitecto italiano Vittorio Gregotti, fallecido en marzo de 2020 a causa del coronavirus– y el Palau Sant Jordi de Arata Isozaki.
Torre Atalaya (1972).
Otros proyectos destacados en Barcelona fueron la Torre Atalaya (1972), su edificio más alto, la reforma de la Plaza Real (1981) y la sede de la Diputación de Barcelona (1987), un delicado ejercicio de imbricación del lenguaje contemporáneo con el estilo modernista de la Casa Serra de Puig i Cadafalch, diseñada junto con Francesc Ribas y Javier Garrido.
Lámpara Diana, diseñada junto con Alfons y Miguel Milá y editada por Santa & Cole (1995).
Discípulo del maestro José Antonio Coderch, Federico Correa concibió la arquitectura como un servicio a la sociedad, lo que no le impidió exhibir siempre una imagen impecable de dandy eternamente elegante. Tan importante como su obra fue su labor docente en la Escuela de Arquitectura de Barcelona (ETSAB), donde se convirtió en un profesor mítico en sus dos etapas, la primera de 1959 a 1966 como profesor de composición, y la segunda –tras ser expulsado junto a decenas de docentes por su actitud crítica frente al franquismo– desde 1977 hasta su jubilación en 1990 como catedrático de proyectos. Algunos de sus discípulos fueron Óscar Tusquets y Lluís Clotet. Entre medias, no desaprovechó su afán didáctico y contribuyó a fundar la escuela de diseño Eina, otra institución emblemática del universo creativo de Barcelona.
Federico Correa (derecha) y Alfons Milá fueron compañeros de escuela y posteriormente socios durante más de 40 años.
Aunque no se prodigó en este campo, Correa también hizo alguna aportación al diseño de objetos, entre los que destaca la lámpara Diana que creó junto con Milá para el despacho oficial de Pasqual Maragall en su época de alcalde de Barcelona, y que desde 1995 edita la firma Santa & Cole.