Nueva York está viviendo un boom en la construcción que no se veía desde mucho antes de la crisis de 2008. Lo que caracteriza este renovado entusiasmo por levantar nuevos rascacielos es que se trata de edificios destinados a viviendas de lujo y que muchos de ellos llevan la firma de numerosos premios Pritzker: Renzo Piano, Shigeru Ban, Alvaro Siza... Siguiendo una tendencia que se extiende a otras grandes ciudades –Londres, Hong Kong, Dubai...–, el resultado es cada vez hay menos sitio en Manhattan para los que no tienen cuentas corrientes desahogadas. Desde un punto de vista arquitectónico, la nueva ola constructiva supone que su skyline está apunto de sufrir una transformación radical. Como ya advertía Rem Koolhaas en su libro de 1978 Delirio de Nueva York, la ciudad es un espacio urbano destinado a ser reemplazado periódicamente por una urbe nueva.
Uno de los rascacielos que ya está en pie es el concebido por el uruguayo Rafael Viñoly en el 432 de Park Avenue, justo detrás de la Trump Tower. Con 425 metros de altura, se ha convertido en el edificio más alto de la ciudad, superando en 8,5 metros al también reciente One World Trade Center, así como la torre de apartamentos más alta de todo Estados Unidos. Lo más sorprendente son las reducidas dimensiones de su base cuadrada, de 28 metros por cada lado. Su estilizada figura es posible gracias a una fachada de hormigón estructural que evita la necesidad de pilares en el interior. Para el arquitecto, que ha diseñado diversas plantas abiertas para permitir que el viento pase entre ellas y no se formen vórtices, lo excitante de su profesión es "es poder desafiar las convenciones", lo que sin duda ha conseguido aquí. El primer condominio, situado en la planta 35 y de 803 metros cuadrados, se vendió el pasado diciembre por 17 millones de euros.
A punto de conclusión se encuentra el rascacielos en el número 56 de la calle Leonard firmado por Herzog&deMeuron, con sus característicos voladizos en las plantas superiores, no aptas para quienes sufren vértigo. De 250 metros de altura y 60 plantas, se encuentra en Tribeca, zona en la que hace pocas décadas nadie se hubiera atrevido a invertir en un proyecto de este tipo. Además de darle forma a la llamativa fachada acristalada, los arquitectos se han ocupado también del interiorismo, desde los azulejos que vestirán los cuartos de baño hasta la configuración de los extractores de la cocina. Una abombada escultura de Anish Kapoor se inserta en la fachada.
El mayor cambio, sin embargo, lo está sufriendo la orilla oeste del Hudson y, sobre todo, el Meatpacking District y toda la zona aledaña a la vía férrea High Line tras su rehabilitación como parque urbano. Un caso de libro de gentrificación que también abarca los barrios de Chelsea y Hell's Kitchen, sumidos en el deterioro cuando el tren dejó de funcionar hace 35 años. A los altos precios de la vivienda en un área tradicionalmente de clase media –con un incremento de un 103% del metro cuadrado solo entre 2003 y 2011– , se suma el éxito turístico del parque, con más de cinco millones de visitantes al año, lo que también ha motivado la emigración de sus antiguos vecinos y comercios de toda la vida.