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Restaurante Soy Kitchen

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Aquel primer Soy Kitchen, abierto en la primavera de 2014, tenía mucha magia. Julio, como se hace llamar en España el pekinés Yong Ping Zhang, abrió aquel restaurante con mucha pasión pero sin un duro, defendiéndose en castellano como podía. Por eso no le quedó más remedio que ocupar un bar de toda la vida en la plaza de los Mostenses de Madrid y dejar todo como estaba, incluidas las máquinas tragaperras. Al entrar entraban las dudas: te servían cañas acompañadas de cacahuetes y aceitunas, que despejaban los ojos rasgados de quien te atendía detrás de la barra. Arriba en el comedor, la misma decoración cutre-cañí, pero cambiaba el menú; Julio jugaba con fuego combinando sabores e ingredientes de todas partes de Asia, además de integrar toques españoles y latinoamericanos. Una bomba agridulce, picante y ácida.

El boca a oreja funcionó de inmediato y hubo el deseo de crecer. El primer paso fue reformar aquel bar Manolo. Julio quería algo "cool" y Sandra Vergara y Raquel Lázaro, responsables del estudio de interiorismo Lavela, se lo dieron. El restaurante pasó a llamarse Lamian, especializado en comida asiática callejera, y Soy Kitchen como tal, pero con una propuesta gastronómica más refinada, emigró a la elegante calle Zurbano. Había, por tanto, que vestirse para la ocasión. De nuevo de la mano de Lavela, sus platos inspiraron la decoración del nuevo local, donde impera un fondo azul verdoso combinado con un mobiliario muy colorido, que simboliza la explosión de sabores marca de la casa. El naranja de las hojas de arce representa la cultura china y la composición en la pared de la entrada, una suerte de mapa en relieve impreso en 3D por Comme des Machines, hecho en plástico reciclado y con superposición de capas, hace referencia al juego de texturas y composiciones propios de la cocina de Julio.

Soy Kitchen es un espacio abierto, en el que se buscó que todo fluya. Para ello se derribó el tabique que separaba el comedor y la barra. La cocina, revestida de madera de roble natural en espiga, tiene un gran espacio abierto al comedor para facilitar la conexión entre cocinero y cliente. Al fondo, un botellero metálico con acabado dorado se ilumina con leds y crea un efecto de profundidad mediante un espejo en acabado bronce y una malla dorada en la parte trasera. Los bancos redondos de terciopelo verde de unas de las mesas marcan un espacio más privado, propio de los clubs neoyorquinos. Esta zona se ilumina con lámparas de pie de Flos, una luz tenue para crear una atmósfera cálida. Las lámparas de &Tradition del centro del comedor, hechas de papel, juegan una doble función de marcar cada zona y emitir también una luz ambiental.

Del antiguo restaurante que ocupaba el local se aprovechó el suelo de microcemento y la barra de mármol, forrada con listones de madera para aportar mayor calidez. Lámparas en latón y papel marcan el espacio reservado para disfrutar de la experiencia gastronómica en la barra, la cual acaba de inaugurar una carta de exquisitos dimsums. Los muebles son diseños propios de Sandra Vergara y Raquel Lázaro; las telas y alfombras, de Gancedo y Pacas; los revestimientos, de Arbiotxan; y la decoración floral, de Fransen et Lafite.