Me ocurre lo mismo que a Mendes da Rocha (Vitória, 1928 - São Paulo, 2021): nunca he entendido bien qué es eso del brutalismo. Porque, ¿se puede circunscribir el debate reduciéndolo a un aspecto puramente formal, como el de dejar el hormigón visto y en bruto? Resultaría excesivamente trivial.

¿Qué ocurre cuando a ese discurso se le añaden consideraciones de carácter económico, técnico y social, vinculadas además a un lugar y a una época concretas como la ciudad de São Paulo de la década de 1950? Es entonces cuando la cosa cambia. Y si a nivel global es más comprometido hablar de la existencia de un verdadero movimiento brutalista, no lo sería tanto el hacerlo sobre esa Escuela Paulista Brutalista iniciada por Vilanova Artigas, y a la que quedaría ligada la obra de Mendes da Rocha.

Ya no estamos hablando de un gesto con el que “desnudar” un edificio, sino de una manera de entender la arquitectura como el fruto de unas necesidades a las que, de manera consciente y reflexiva, se les desea poder dar respuesta con todas las herramientas técnicas y humanas posibles.

Paulo Mendes da Rocha

Paulo Mendes da Rocha.

 

“La arquitectura es universal”, defendía el arquitecto brasileño. “El agua es agua, la gravedad es gravedad y la luz es luz. Es lo mismo en todas partes”. De ahí la importancia que observa da Rocha en la necesaria educación en la reflexión del arquitecto: “Todo problema requiere pensamiento, no de soluciones prefabricadas”.

Solo así, atendiendo a ese carácter de su arquitectura, local en sus soluciones, global en su concepto, podremos comprender la extraordinaria calidad de sus proyectos. Obras a la vez de una materialización tan pesada, como ingrávida. Abiertas al mismo tiempo que cerradas. Terrenales y poéticas, trabajadas todas con la precisión y el cuidado de un artesano, porque “la arquitectura tiene que ser así, precisa y sin excesos”.

La encontramos en el Gimnasio del Club Atlético Paulistano, su primera obra de importancia. De una sencillez y contundencia abrumadoras, el edificio destaca por una nobleza plástica fruto de una estructura mixta formada por seis imponentes costillas y un gran anillo perimetral de hormigón armado, desde donde se proyectan seis cables dobles de acero, encargados de soportar la parte central de la cubierta metálica. La obra la ganó por concurso público organizado por el propio club deportivo, en 1958.

Tenía entonces 30 años y hacía tan solo cuatro que se había graduado. “No hice el concurso para ganar, lo hice como a mí me gustaba y me pareció interesante”, destacaría años más tarde sobre un edificio abierto al entorno, en el que volcaba sus inquietudes no únicamente formales, programáticas y estructurales, sino también sobre una de las cuestiones en torno a las que más reflexionará a lo largo de toda su vida: el valor de la ciudad. “Intenté hacer una cosa abierta y para todo el mundo”.

Gimnasio del Club Atlético Paulistano diseñado por Mendes da Rocha.

 

Ya entonces Mendes da Rocha había creado el Sillón Paulistano y formaba parte, sin pretenderlo, de un selecto club de arquitectos a su vez diseñadores, como el de Lloyd Wright, Mackintosh o Le Corbusier. Pieza icónica y atemporal, se sigue comercializando a través de la firma de diseño Objekto y forma parte de los fondos del MoMA de Nueva York.

 Sillón Paulistano perteneciente a la colección del MoMa de Nueva York.

 

Su siguiente proyecto significativo será su Casa en Butantã, al oeste de São Paulo. Diseñada para él y su familia, en ella vivirá más de 30 años. Su programa se desarrolla en una única planta que, alzada sobre cuatro pilotes, se abre por encima del terreno hacia una exuberante vegetación que actúa a modo de filtro natural, otorgando la necesaria intimidad que requiere toda vivienda. De nuevo la estructura vuelve a actuar como un “todo”.Un único elemento capaz no solamente de soportar la construcción y organizar el espacio, sino de sorprender con la asombrosa ligereza de su hormigón, controlar la incidencia de la luz natural o marcar el ritmo de unas cristaleras que parecen desvanecerse a cada mirada. La vivienda es clara heredera de las corrientes racionalistas europeas y uno de los más bellos ejemplos de esa escuela brutalista brasileña en clave residencial.

Casa Butantã, São Paulo, 1967.

 

"Si se empeñan en que exista, sería fruto de la FAU-USP”, dice sobre esa arquitectura Paulista Brutalista fundada por Vilanova Artigas, quien le invitaría a trabajar como su asistente en esa Facultad de Arquitectura y Urbanismo de São Paulo (FAU-USP), diseñada por el propio Artigas. La escuela abría sus puertas en 1969, revolucionando en línea con la Bauhaus la manera de enseñar arquitectura, entremezclando saberes propios de la Escuela Politécnica o la Facultad de Filosofía.

Pero Brasil vive en plena dictadura militar y los detienen por comunistas y se les expulsa.Sin embargo, da Rocha nunca abandonó el país, aunque no volvería a dar clases hasta 1980, y desde entonces no dejó de hacerlo hasta que se retiró de la docencia en 1999.

Los militares lo detuvieron precisamente el mismo día en el que ganaba el concurso para la construcción del Pabellón de Brasil para la Exposición Universal de Osaka de 1970. El escándalo comenzó a tomar vuelo, y se decidió que debía viajar igualmente a Japón y construirlo. Pero aún tenía un precio que pagar. Cuando las autoridades japonesas le ofrecieron mantener en pie el pabellón una vez finalizada la exposición, el embajador de Brasil se negó por estar en contra del régimen. “En Brasil mucha gente recibió dinero del Gobierno como indemnización”, apuntaba durante una entrevista en 2014 respecto a aquellos duros años que se resistía a recordar. “Yo lo considero una infamia (…). No tienen que indemnizarme, lo hice porque quise. Y lo volvería a hacer”.

Pabellón de Brasil para la Exposición Universal de Osaka de 1970.

Una vez terminada la dictadura, período en el que se las arreglaría para construir obras como el estadio de fútbol Serra Dourada, emprenderá otra de sus construcciones más paradigmáticas: la Capilla de San Pedro. Construida junto al Palacio Boa Vista, la antigua residencia del gobernador de São Paulo, la capilla surge como el espacio contenido entre los planos horizontales generados por la fértil ladera y la cubierta, que a pesar de su apariencia maciza y pesada aparece flotando y tan ingrávida como una pluma.Un espacio diáfano, abierto y repleto de luz, que crece bajo la frondosidad propia de la copa de un árbol girando alrededor de una amplia columna-tronco de hormigón, único elemento de sujeción de la capilla.

Capilla de San Pedro, Campos do Jordão, 1989.

Un año más tarde, en 1986, comenzará la construcción de una de sus indiscutibles obras maestras, el Museo Brasileño de Escultura (MuBE). En un solar en desnivel proyecta un museo subterráneo que, oculto tras una serie de terrazas, le permite convertir el lugar en un amplísimo y abierto jardín de esculturas. Al visitarlo únicamente se atisba la existencia del museo por la gran viga aligerada de 60 metros de luz y 2,30 de canto, que con su alargada sombra y su aspecto escultórico, se encargada de enfatizar el punto de entrada y de otorgarle escala al conjunto. En cuanto al programa y las salas expositivas, ocultas bajo los desniveles, su estructura apantallada formada mediante muros de hormigón armado, de nuevo surge a partir de la concepción espacial del propio programa y de su función: “En un museo de esculturas, si pones un pilar alguien se puede equivocar y pensar que es un Giacometti”, ironizaba el arquitecto durante una entrevista.

Mucho se ha comentado también sobre el aspecto figurativo del MuBE, que algunos se animan a relacionar con el del Museo de Arte Contemporáneo de São Paulo de Lina Bo Bardi. “Es un gran error que comete la gente”, sentencia el arquitecto. “La diferencia de escala, el propósito también es diferente. Su museo está arriba, el mío está abajo. No hay nada en común”.

Vista exterior del Museo Brasileño de Escultura (MuBE).

En 1992, en el marco de las obras de modernización y revitalización del entorno del Vale do Anhangabaú y el Viaduto do Chá, en el centro de São Paulo, emprende el proyecto de restauración de la Plaza del Patriarca. Por fin puede actuar de manera directa sobre esa ciudad a la que siempre ha conferido un importantísimo papel como lugar de socialización y aprendizaje.

Volviendo a hacer uso de ese lenguaje limpio y contundente, levanta sobre la vieja plaza un monumental pórtico metálico, que sin embargo pasa desapercibido tras la delicada ingravidez de la asombrosa cubierta parabólica. Ligeramente inclinada, con ese sencillo gesto de graciosa sutileza, por un lado anuncia la entrada a la Galería Prestes Maia, situada bajo la plaza, y por el otro enmarca las vistas y tensiona el espacio hacia el Centro Novo y los jardines del Vale do Anhangabaú.

Pórtico de la Plaza del Patriarca, São Paulo, 2002.

Su siguiente gran obra será el proyecto de rehabilitación de la Pinacoteca del Estado de São Paulo, un brillantísimo ejercicio de reorganización espacial, tanto a nivel interno como urbano, que la valdría su primer premio internacional, el Mies van der Rohe de Arquitectura Latinoamericana del año 2000. Una intervención en la que reconfigura por completo el sistema de circulaciones del antiguo e incompleto edifico decimonónico, con la sencilla acción de trasladar el acceso principal del edifico.

 Nueva fachada de acceso a la Pinacoteca del Estado de São Paulo.

Al situarlo en la fachada sur, lograba modificar la posición del Museo dentro del tejido urbano de la ciudad, pasando a vincularlo con los cercanos jardines y la Estação da Luz. En el interior una cubierta de perfiles de acero y vidrio se encarga de proteger la sucesión de patios, convertidos en deslumbrantes contenedores de luz, mientras un sistema de livianas pasarelas es la responsable de organizar esa nueva sucesión espacial originada por el cambio de entrada del edificio.

Pasarelas y patio del interior de la Pinacoteca del Estado de São Paulo.

Con el aval de esa calidad técnica y espacial tan característica de sus obras llegarán nuevos proyectos, como el del Centro Cultural Fiesp, el –hasta ahora suspendido– proyecto para el Campus de la Universidad de Vigo o el del Museu das Minas e do Metal, en la ciudad de Belo Horizonte.

Es en ese momento, a los 77 años, y por su “profunda comprensión del espacio y la escala a través de la gran variedad de edificios que ha diseñado”, cuando recibe el Premio Pritzker de Arquitectura de 2006. Fue el segundo arquitecto brasileño en conseguirlo tras Óscar Niemeyer en 1988. A él se sumarán con el transcurso de los años menciones como las del León de Oro al logro de toda una vida de la Bienal de Arquitectura de Venecia, el japonés Praemium Imperiale en 2016, o la Medalla de Oro del Real Instituto de Arquitectos Británicos (RIBA) en 2017.

Museo dos coches, Lisboa, 2015.

Y al mismo ritmo que los galardones se sucederían más y más proyectos, entre los que destacan la construcción de la Nueva Galería Leme, la Tienda AESOP de São Paulo, el Museu dos Coches de Lisboa –su primera obra en Europa–, el Cais das Artes (Muelle de las Artes) de Vitória o el SESC 24 de Maio.

Vista urbana del Centro SESC 24 de Maio en São Paulo.

Este último es un moderno centro cultural y de ocio construido en unos viejos almacenes del centro de São Paulo, que cuenta con un teatro, cafetería, biblioteca, restaurante, salas expositivas y de baile, talleres, zona deportiva y una espectacular piscina en su azotea. Diseñado en colaboración del Estudio MMBB, del SESC 24 sirve a Rocha una vez más para plasmar su discurso sobre el camino que debe seguir la evolución de la ciudad contemporánea, sobre sus necesidades técnicas y necesarias conexiones sociales.

Calle interior del Centro SESC 24 de Maio.

 

Algo que se hace visible no solamente en el rico y variado programa interno del edificio, sino sobre todo en la configuración de ese espacio libre a modo de plaza que se origina a sus pies, o en la creación de ese nuevo sistema de circulaciones mediante rampas, que a modo de calle, se encarga de vertebrar todo el recinto y los diversos usos. Una ciudad dentro de la ciudad, en respuesta a ese “placer por estar juntos” tan defendido por el arquitecto. “Caminamos por la calle para exhibirnos, en el buen sentido de la palabra. Para saludarnos, beber juntos y charlar. Intelectuales, trabajadores, periodistas. Esa es la virtud de la ciudad”. Potenciar esa necesidad humana, la gran virtud de Mendes da Rocha.

Vista de la azotea del Centro SESC 24 de Maio.